Prefiero escuchar los clásicos o géneros con los que no estoy familiarizado. Siempre escucho una muestra de las grabaciones, ya que la voz puede hacer o deshacer una lectura. Hace poco jugué con la idea de escribir una novela de ciencia ficción, algo con lo que estaba muy familiarizado en la pantalla pero que nunca había leído. Con este fin, escuché Dune de Frank Herbert, que fue bien interpretada por un elenco de lectores, así como una colección de ciencia ficción de la obra de HG Wells, que me impresionó por la amplitud del conocimiento científico disponible a fines de la década de 1880 que tardó décadas en filtrarse hasta convertirse en conocimiento cotidiano. Después de leer y ver películas del género de ciencia ficción, decidí dejar de lado la idea de escribir una, ya que parece que la pandemia puede haber sido el precipitante inconsciente de un auge del interés en este género, ya que todos los demás escritores y sus perros parecen estar escribiendo o expresando interés en el género.

En cuanto a los clásicos, como fan de Alejandro Dumas, escuché Los tres mosqueteros y uno de mis favoritos de todos los tiempos, El conde de Montecristo, ambos muy leídos. Drácula fue, de hecho, el primer libro de Audible que descargué, también muy bien hecho. Pero mi mayor sorpresa y deleite fue Matar a un ruiseñor. No, nunca lo leí en mi juventud y me alegro de no haberlo hecho, ya que el hecho de que me obligaran a leerlo como parte de una lista de lectura escolar podría haberle restado valor a lo que posiblemente sea uno de los mejores libros que he leído/escuchado. Creo que en este caso, puedo felicitar a Sissy Spacek por brindar una voz que se adaptaba tan bien al personaje de Jean Louise Finch. También quedó claro que, como la maravilla de un solo éxito de Harper Lee, había puesto su corazón y alma en esta historia y que la valiente niña de seis años, que narra la historia con ingenio y humor sutiles, es la propia voz de la autora.

El temido libro electrónico. Me sorprendió saber que, tras una predicción de que los libros electrónicos revolucionarían la industria editorial, las ventas de libros electrónicos alcanzaron un máximo de alrededor del 15 % en 2015 y comenzaron a declinar poco después hasta situarse por debajo del 10 %. Si bien la pandemia ha provocado un resurgimiento de la popularidad de los libros electrónicos, sobre todo en los mercados asiáticos, pero en menor medida en Europa y América del Norte, esta forma de impresión aún tiene un largo camino por recorrer para derribar la antigua historia de amor que tenemos con tener un libro encuadernado en nuestras manos.

Como soy un viajero empedernido, los libros electrónicos me parecen mucho más ligeros y me dejan más espacio en la maleta para cosas importantes, como zapatos. Prefiero comprar mi material de investigación, incluidos los libros sobre escritura, en formato electrónico, ya que reduce los costes y libera espacio en las estanterías. También suelo comprar mis obras de no ficción en formato electrónico. Entre las ventajas para mí está la posibilidad de destacar secciones y compartirlas con todo el mundo, aunque no estoy muy seguro de que el destinatario lo agradezca tanto. También me gusta que se pueda buscar una palabra con solo pulsar un botón. ¿Cuál es la gran desventaja para mí? Con un libro electrónico, NO tienes ni idea de en qué parte del libro te encuentras. Es decir, sí que proporcionan el tiempo de lectura restante, pero es un marcador cerebral, a diferencia del marcador visual que se obtiene al sostener un libro real en la mano.

En general, tengo una apreciación saludable del formato digital y espero que crezca con el tiempo. Los humanos somos criaturas de hábitos y necesitamos que explote una bomba para hacer un cambio. Si bien la pandemia puede haber sido una de esas bombas, sospecho que tal vez no haya sido lo suficientemente trascendental.

No es de extrañar que, después de leer lo anterior, si bien mis bibliotecas digitales y de audio han crecido, una mudanza reciente me obligó a analizar en profundidad mi biblioteca de libros en papel y a tomar algunas decisiones importantes. Creo que es seguro decir que mi generación todavía está bajo la influencia de las eras victoriana y posterior a la Segunda Guerra Mundial, cuando el aumento de la prosperidad amplió la clase de personas de ingresos medios, que usaban una biblioteca bien surtida como un medio para demostrar su riqueza. Siguiendo la directiva de moda de que menos es más, me deshice de los libros que habían dejado poca impresión duradera. Por lo tanto, lo que conservé fueron los clásicos que estoy orgulloso de poseer y prestar, incluidas las colecciones favoritas de autores como MM Kaye, Daphne Du Maurier y Sir Arthur Conan Doyle, así como autores más recientes como Kate Morton y Carlos Ruiz Zafon.

Compraré copias impresas de libros electrónicos que me llamen la atención, como el conjunto de dos libros de Sapiens y Homo Deus, de Yuval Harrari, y el libro de tapa dura A Promised Land, de Barack Obama.